Rabioso

¿Habéis tenido alguna vez dolor de muelas?

Seguro que sí, no sé qué por qué las muelas del juicio aún siguen tocando las narices a todo el mundo. Nosotros las sacamos de ahí, pero ellas están convencidas de que su misión en la vida es la de crecer cuando ya tienes veintitantos y eres plenamente consciente de tu dolor.

He oído varias veces que los bebés están «rabiosos» cuando les salen los dientes: lloran por todo, tratan de morder lo mas duro y frío que encuentran y no hay forma de consolarlos. Las madres y abuelas aseguran que es uno de los procesos más dolorosos de toda nuestra vida, así que está programado para suceder en una etapa que de mayores no recordaremos. Excepto esas caprichosas muelas del juicio, claro. Ellas van por libre y les da igual lo mal que lo pasemos.

Me siento como un perro rabioso. Toda la boca parece apretar hacia derecha o izquierda, haciendo que todas las piezas de mi dentadura sufran. «Tantos años de pagarte aparatos para que ahora dejes que todo se te mueva», dice mi madre ante mi negativa de pasar por el dentista.

A medida que avanza el día, el dolor se extiende. El tercer gelocatil ha dejado de hacer efecto, y mil pinchos me molestan desde el cuello hasta la oreja. ¡Todo lo que puede hacer una estúpida muela! Apretaría cubitos de hielo si eso no fuera a hacerme más daño y, probablemente, a dejarme algún diente roto.

He descubierto que si entreabro la boca todo duele menos. La cuestión es alejar la carne del moflete, maltratada y pellizcada, del diente asesino. ¿Cómo es posible que me duela incluso al tragar saliva? Y ni os cuento si quiero soplar los pelos de mi gato en el pantalón y meto los mofletes hacia dentro, invadiendo toda la cavidad dolorida.

¿Pueden anestesiarme y sacar este alienígena de mi boca, ya, ahora? Odio que me hagan cosas, pero esta rabia no me deja concentrarme en nada. ¡Grrrrr!

Solos

Debemos hacer el camino solos, por mucho que nos pese. Vivimos en sociedad solo porque el universo no es suficientemente grande para todos los que somos: nos damos codazos en los metros, nos cortamos el paso en las calles, nos odiamos en las oficinas y nos molestamos en los conciertos. Pero a la hora de la verdad… vaya, parece que nos necesitamos.

Tras un tiempo prolongado en compañía, la soledad pesa sobre los hombros como una lápida de oro.

Es estupendo retomar las tareas que hemos dejado de lado por salir a tomar algo o por ver una película. Tras un fin de semana con otra sombra, los platos sucios se acumulan en la cocina, los botes de gel abiertos manchan la bañera de imposibles colores, las moscas aprovechan el despiste para comer de la basura, todas las luces han quedado encendidas y las sábanas están manchadas con todo aquello que intercambiamos. ¡Alguien debe corregir el caos!

Pero… ¿y si es todo es una excusa barata? ¿Y si al volver de la estación, con las manos frías en los bolsillos, la casa sucia es lo mejor que tenemos? Una oportunidad para ser mecánicos, la forma de no pensar en que volvemos al inicio del círculo, a la etapa de sobrevivir en la individualidad.

 

Sin auriculares

Cada lunes, millones de personas en todo el mundo se levantan con caras largas. Se duchan con los ojos cerrados, desayunan como un pavo un café aguado, cogen su bolso o maletín y salen disparados hacia la oficina donde pasarán, como mínimo, las próximas 8 horas.

Durante todo ese tiempo que se tira a la basura, es frecuente ver un comportamiento repetido: quienes trabajan directamente con el ordenador, y no con el teléfono u otras personas, viven pegadas a sus auriculares. Hoy en día incluso los hay inalámbricos, para que puedas ir a por agua, a la fotocopiadora o incluso a fumar sin quitártelos para nada. 8 horas de música prácticamente ininterrumpida, zumbando nota con piel en tus tímpanos. ¡Que coñazo!

Cuando salen a la calle cambian sus auriculares grandes por unos más pequeños, de esos que se meten directamente en el agujero de la oreja. Estoy convencida de que algún día la oreja se los tragará, y entonces ellos se quedarán sordos para siempre. Pero… ¿adivinas qué hacen cuando llegan a casa? Se quitan los auriculares, que para entonces son una versión reducida de los iniciales, y ponen la música bien fuerte en su ordenador o tablet. ¡Que se oiga en todas las habitaciones! Y su tiempo de descanso consiste en oír música mientras miran el ordenador. Vaya, ¿eso no era lo que ya habían hecho por la mañana, al mediodía y por la tarde?

No nos dejamos pensar. El silencio nos asusta, y es que nos da mucho miedo quedarnos a solas con lo que dice nuestra cabeza. Música, gente, coches, trenes, niños, perros… Todo sirve, todo llena el mundo de turbios sonidos. La mente se adormece y baila con ellos, como si dejarnos mecer por el paso del tiempo fuera nuestro único objetivo.

Lágrimas desperdiciadas

Tras una época rara (de autoajuste emocional), es complicado decidir qué lágrimas han sido útiles… y cuáles desperdiciadas. «Volver a las andadas» suele ser sinónimo de que ha habido un sufrimiento inútil de por medio… así que la clave está en «volver a las andadas» pero con una perspectiva nueva. Si el proceso doloroso ha traído pensamientos nuevos, un científico ya lo clasificaría como un tiempo de provecho. Incluso aunque el camino del punto A al punto B pase de puntillas por la B… y regrese sin hacer ruido hasta la base A.

Entonces, ¿qué es lo que tenemos? ¿Horas y horas de sufrimiento inútil, o una fase de dolor necesario y conductor? La elección no es fácil, y puede que peque de querer protegerme a mí misma. No soy buena separando la emoción de la razón… pero lo segundo dice que he vuelto a la casilla de salida con argumentos nuevos en los bolsillos.

¿Qué habrá sido de todo ese agua? ¿Habrá acabado en un pantano verde, o en un mar cristalino?

Bomba a estallar

Una persona que se siente sola, pero sobretodo que se siente falta de afecto, es como una bomba a punto de estallar. ¡Puede arrasar con todo en un segundo!

Nadie debe acercarse a una bomba que hace «pi-pi-pi-pi» a gran rapidez. Quizá sólo pasabas por allí en un mal momento, pero ya te la has comido. Una bomba con prisas no entiende de justicia, y bien seguro que pagarán justos por pecadores. Una bomba que se ha puesto en marcha solo busca destrucción por destrucción, y se llevará por delante todo este lado del río. No habrá supervivientes.

Alejaos de la bomba, cambiad de ciudad y, si podéis, hacedlo también de país. Aunque.. aunque ahora que lo pienso, hay algo que nadie sabe sobre los artefactos explosivos. Y es que solo explotan cuando hay alguien para verlo.

Pi-pi-pi-pi… es una latencia indefinida. No le importa hacerse esperar, lo importante es saborear con calma el desastre que está por llegar.

Gafe(s)

Hay momentos en la vida en que todo va por ti. Concretamente, todo lo malo va por ti. Tienes problemas en todos los ámbitos posibles, tienes gastos extra que te joden el mes, estás enfermo y desganado, piensas que eres la persona más gafe de la historia. Quizá, quien sabe, el dramatismo te lleva a pensar que jamás saldrás de esta, que morirás enfermo y triste y solo y jodido. Que casi mejor que mueras pronto, porque total, para lo que hay…

Pero entonces… Sólo has de probar aquella cosa extraña de escuchar a los demás. Si dejas de mirarte el ombligo descubres que hay tantíiiisima gente jodida a tu alrededor… Unos se quejan más, otros menos; pero si prestas atención, al final te acabas enterando de todo. Este se ha dejado una pasta en médicos que no le han solucionado nada. Aquel ha tenido dos accidentes en una semana. El otro, dos lesiones graves en un mes. Uno tiene una muela rota. Otro está en una relación tóxica. Otro se ha dejado un dineral en arreglar el coche. A otro le hacen la vida imposible en el trabajo. Y otros tantos están perdidos en la vida…

Como tú, vaya.

Pero se lleva mejor estar jodido cuando asumes que no eres el único. Es el puto universo el que está roto.

5 líneas, 36 líneas

Cuando estás realmente jodido es cuando te resignas, y cuando acudes al remedio más fácil. Sabes que la gente hace listas de «pros» y «contras» cada dos por tres y para todo, pero tú crees que son una soberana tontería. Al final, en estas listas sólo vas a apuntar aquellas cosas que ya sabes, ¿no?

Ahora bien, el truco está en el hecho de apuntarlas. En nuestra cabeza son solo ideas dispersas, y puede parecer que todas valen igual. Una cosa buena compensa una cosa mala, ¿verdad? Tiene sentido que sea así. Pero hay algo que la mente no sabe sobre las ideas dispersas, y es que una cosa vale 4… y otra 40.

Decidí que había llegado el momento de hacer una lista del problema. En la parte superior del folio puse el título del asunto, no muy grande, para no convertirlo en algo excesivo, pero sí marcado y destacado con un rectángulo rápido. Que la hoja note que esto me importa, pero sin tomármelo demasiado en serio. Al final, solo va a ser una penosa lista de «pros» y «contras».

Debajo del título pongo un «1. Bueno», porque cuando me hablan de «pros» y «contras» siempre me hago un lío. Si la intención de esto es facilitar las cosas, parece absurdo que los títulos ya sean confusos. La cuestión es que empiezo a escribir varios guiones debajo del número 1, y en poco rato saco de mi mente varios conceptos buenos del problema. Son ideas claras, concisas y fuertes: uno o dos palabras bastan para entender todo lo que implica cada guión.

Reprimiendo las sacudidas, doy la vuelta a la hoja. Escribo «2. Malo» en la parte superior: queda claro lo que voy a poner debajo.

Por segunda vez y sin mucho esfuerzo, vomito sobre el folio los pensamientos sobre el asunto que me preocupa. En este caso mi mano se ve obligada a escribir frases más largas, a aclarar y matizar cada concepto para que sea cierto, pero no exagerado. Es como si yo misma me diera explicaciones, tomando cada idea difusa de mi cabeza y tejiendo un complejo hilo con ella. Cuando termino, cada guión tiene 3 o más líneas de extensión y ocupa prácticamente toda la parte de atrás de este papel.

Vuelvo a girar el folio, y miro fijamente ese rectángulo mal hecho que contiene el nombre iniciador del conflicto. Lo veo con solo observar el rectángulo: en esta cara solo hay 5 potentes líneas.

El paseo consciente

¿Cuántas veces pasamos por los mismos sitios sin saber cómo se llaman las calles, qué tiendas hay o si mucha o poca gente caminaba por ellas? Unas veces porque teníamos prisa, otras porque íbamos hablando con alguien (de verdad o por el móvil) y el paisaje era secundario, otras simplemente porque estábamos más dentro que fuera de nuestra cabeza.

El paseo consciente es aquel en el que sabes cada paso que das, y en el que observas realmente lo que te rodea. Lees el  nombre que hay en cada esquina; incluso aunque luego vayas por tantos sitios que no seas capaz de recordarlos. En el paseo consciente sabes cuántas plazas has atravesado, y haces el recuento de las tiendas y restaurantes que quieres visitar en un futuro. Notas la energía cambiante entre las calles con bares y las residenciales, das forma a ese río de personas que se agrupan y separan en cuestión de pocos metros.

En el paseo consciente siempre hay tiempo para descubrir algo; tal vez una pequeña fiesta del cine en la calle. También hay tiempo para obstaculizar el paso a quienes, igual que tú haces el 99% de las veces, va con prisas y se molesta por el escaso ritmo de los demás. Hay tiempo para entrar en tiendas y observarlo todo con un detenimiento que roza lo sospechoso, y también para escoger algo entre un centenar de panaderías, heladerías, empanaderías y tiendas de dorayakis… de gorgonzola y nueces. El ganador estaba claro.

Una lástima, con todo esto, que los paseos conscientes solo se den por motivos oscuros.

Se sabe

Hay veces en que, simplemente, se sabe. A la mierda los gestos zen, al traste con toda la intención de girar cada pensamiento negativo tal y como empieza a componer su forma. Al demonio con la filosofía del egocentrismo y del estoy bien.

Hay veces en que se sabe que va a tocar pasar una mala noche. Es como cuando notas que «estás incubando» un gripazo, y que tarde o temprano te tocará afrontar ese par de días de mierda metido en la cama. Lo ves venir y puedes tomártelo de dos formas: esperar a que llegue y afrontarlo, o anticiparte y hundirte durante el día de antes, los del durante y el de después.

Abraza tu mierda. Sabes que está ahí, que te la han lanzado a 100 kilómetros por hora y que ha de llegar a estamparse contra tu cara. Abrázala, ya viene de camino, no puedes evitarla. Abrázala y ella notará que la estás aceptando, que no has reaccionado retorciéndote del asco tal y como ella quería. Abrázala y cuando se canse, se irá.

Ponte un pijama grueso, busca uno que evite los escalofríos. Coge un libro que no te interese mucho y espera.

Lo mundano

Cuando tienes problemas, hay algo de reconfortante en ocuparte de las cosas más mundanas de tu vida. Lavar los platos, preparar esa bandeja de carne que justo hoy caducaba, barrer las pelusas o poner la lavadora. Son los pequeños deberes del independizado, y aunque son por definición un coñazo… también alivian un poquito la conciencia.

Te sientes orgulloso de hacer cosas por tu supervivencia. Si a esto le sumas hacer deporte, dejar que te dé el sol o hacer la compra, la satisfacción es un poquito mayor: no solo estás sobreviviendo, sino que lo estás haciendo «con nota». Nada de quedarse en un 5 pelado.

Quizá por eso hay quien se vuelve adicto a las responsabilidades, porque ha encontrado en ellas su válvula de seguridad, una forma de «liberar vapor de agua ante un exceso de presión».

El día D

El problema de los días que están marcados en el calendario es, única y específicamente, que han sido señalados en el calendario. Navidad, un santo o un cumpleaños; la vida sigue siendo la misma puta mierda que ayer y que antes de ayer (y que mañana), pero ¡eh! Que hoy es mi cumpleaños, ha de ser un día SÚPER especial.

Y te generas expectativas. Da igual que sean expectativas 0,5 puntos por encima del 0; ya es más que cuando vives en una nube gris y te la suda todo. Esperas que algo pase, que te toque la lotería, que haga un día brillante y todo el mundo te pare por la calle, sonriendo, que te de un abrazo y te desee la mejor suerte del mundo (quizá, quién sabe, que incluso cada uno de ellos te de un regalo).

Pero el mundo sigue siendo la misma puta mierda. Llueve, hace frío y tú estás sin planes en el día de tu puto cumpleaños. Así que lo pasas sola en casa, duermes y juegas a videojuegos, casi peor que en un día «normal». Solo quieres que pasen esas putas horas en las que se supone que eres SÚPER especial; pero no.

Cereales y especias

Después de todo un fin de semana, él se fue. Se marchó en un autobús que apenas se aleja 20 kilómetros de aquí, vuelve a un lugar que está a tiro de piedra. Tan pronto como doy la espalda al autobús, me imagino que aquello es un avión que despega y ya no vuelve, un viaje de solo ida que me deja jodida y sola. Puta loca dramática.

Tragando las ganas de liberar el drama hasta al menos llegar a casa, me entretengo buscando una salida de metro distinta, una vuelta algo diferente que me obligue a concentrarme en los pasos que doy. ¡Eh, un supermercado! Seguro que si entro veo algo que pueda necesitar…

Compro una caja de cereales y un bote de especias para tapar el agujero negro, aunque no sé a quién pretendo engañar. Cuando abro la puerta de casa el «apaño» ya se ha jodido, y solo quiero gritar. Hacerme daño a mí misma y golpearme la cabeza, responderme al por qué he vuelto a las andadas. ¿Es que no sabes vivir tu propia vida? Puta loca dramática.

Darse cuenta

Darte cuenta de que algo va mal. De que ninguna experiencia buena es suficiente para llenarte, de que siempre estás entretenida en compañía… pero triste en soledad.

Darte cuenta de que solo piensas en el peor lado de las cosas, de que te montas tus historias, de que eres emocionalmente, totalmente, dependiente. Darte cuenta de que no confías en que algo saldrá 100% bien, en que nadie estará 100% ahí. De que te culpas ante todo, de que huyes de la gran masa, del compromiso y de lo nuevo. De que los problemas de tu infancia, sumados a los creados al vivir hasta los 23 con padres que han estropeado muchas cosas, y dejado incompletas otras tantas, son la raíz del gran problema.

Darte cuenta de que ves el mundo de forma distorsionada, y de que en casa siempre te lo han dicho; de forma despectiva. Pasar lista de todos los insultos y desprecios que has oído tanto dentro como fuera del «hogar», y entender al fin que existe un problema. Destapar que los ratos de alegría histérica son la tapadera de las lágrimas que vendrán cuando logres quedarte a solas.

Darte cuenta de que, probablemente, llevas toda tu vida empujando una depresión de caballo…

Adoptar

…un animal, y más concretamente un gato. Es complicado, y parece que nunca lo haces lo suficientemente bien. Lo primero es huir como sea de las grandes tiendas de animales, donde te soplan 300, 500, 800 euros… por quedarte con un animal que ha sido específicamente criado para venderlo a cambio de un dineral.

Lo segundo… lo segundo es acudir invariablemente y a toda velocidad a una protectora. Nada de preguntar si alguien acaba de tener crías de las que no puede hacerse cargo, que para eso siempre hay tiempo. Luego, si vas a una protectora… debes coger a un adulto, por supuesto, que los pequeños son los más demandados y siempre habrá otra persona que se quede con ellos.  Así que lo tuyo es un adulto de perrera, gatera o protectora.

Pero… y por qué no te quedas con alguno que esté enfermito, el pobre… Esos es más difícil que tengan salida, ¡sé buena persona! ¡Ah, y que sea hembra sin esterilizar, que eso es algo muy cruel.

Más allá de todo esto, lo de adoptar a un animal es todo un universo. Preguntar por email es poco práctico (sobretodo si buscas a una cría sana, las más cotizadas), ya que a veces lo que tardan en contestarte… es lo que tardan en llevarse al gatito. Y tú te comes más de un «justo hoy/justo ayer vinieron a por él».

Muchas protectoras confían en hacerte cambiar acerca de la edad, el tamaño y las características en general del gato que buscas, así que te animan a que vayas allí presencialmente a ver «todo lo que tienen». Como, además, siempre hay dudas sobre la fecha de nacimiento del cachorro, la edad es algo que siempre te redondean hacia abajo. Como si de un catálogo de ropa se tratara, y no de seres vivos que han sido maltratados y abandonados. Personalmente, me fue duro ver cómo algo que debería ser tan humano… realmente solo se basa en escoger a dedo al animal más bonito.

Tras un par de semanas de preguntar aquí y allá me quedé con un macho europeo de siete meses (creo), pero de eso ya os hablaré otro día. El primer gato que tengo… tras 23 años de pedir uno.

Una cosa a la vez

Hay momentos en que es necesario reconocerlo: nada es previsible. Puedes pasar semanas de plena calma, neutralidad y aburrimiento, pero de repente… Un par de puertas y tres ventanas se abren delante, y tú decides (de forma correcta) que deseas lanzarte a través de cada una de ellas.

Alguien me dijo alguna vez que destinas más tiempo a repasar mentalmente todo lo que debes hacer, que a hacer cada una de esas cosas individualmente. ¡Y es cierto! Tengo la mala costumbre de repetirme durante toda mi jornada laboral: a la vuelta he de pasar por la tienda, a la vuelta he de acordarme de meter esto en el bolso para tenerlo mañana. ¿Cuánto rato invierto en pensarlo, distraerme y estresarme… y cuánto en llevar a cabo cada acción? Con una comparativa de tiempo se ve muy rápido: es un comportamiento tan frecuente como absurdo.

Yo no puedo evitar darle vueltas hasta al más mínimo detalle de mi «lista de tareas pendientes». ¡Que muchas veces es incluso algo tan simple como mandar un mensaje a alguien o poner una cinta métrica en el bolso! No dejan de aparecerme canas…

Aunque no sé cómo controlar esa ráfaga constante de pensamientos, que consideraría casi esquizofrénicos, hay algo que me suele funcionar. Cuando se me acumulan demasiadas cosas en la cabeza y no puedo concentrarme en nada, apunto donde sea todo lo que tengo pendiente. Una hoja, mejor que un cacharro electrónico. Si sé que está en una hoja, que a su vez está en un sitio visible para mí, sé que está a salvo.

Solo entonces puedo sacarlo de la cabeza, como quien pone un largo hilo blanco en el pensadero.